lunes, 22 de noviembre de 2010

El nombre de Ñuls

Yo soy de Ñuls.
Ñuls, con Ñ. O Ñubel, incluso Ñubels, que es la traducción perfecta de la mala pronunciación de la primera parte del nombre oficial: Newell’s. Ñuls es la traducción fonética perfecta de la pronunciación inglesa de esa primera partícula del nombre original, Newell’s Old Boys. N.O.B., las siglas. O C.A.N.O.B., técnicamente. Todos estos objetos de la escritura que a los cinco o seis años aprendí a encapsular y radarizar en mi cerebro para poder encontrarlos en cualquier página inmensa de suplemento deportivo, de una sola ojeada. De la misma manera en que aprendí a escuchar partidos por radio y entender las circunstancias del juego aunque se oyera (sintonizando una radio de Rosario desde Buenos Aires) apenas un suspiro de información, casi puro ruido. Así es que ahora mismo, a los veintisiete años, puedo escuchar un relato difuso de una radio a una cuadra y saber en qué parte de la cancha está la pelota y qué equipo está más cerca del gol. Pero eso es otro tema.
Quiero hablar del nombre: de Ñuls.
Si uno logra con esfuerzo separarse de la significación que este nombre tiene en su aparato sentimental, como sucede cuando se repite por jugar muchísimas veces una palabra normal hasta volverla inentendible, puro objeto, hasta la risa de angustia, el nombre nuestro se devela como debe serlo para los otros: extranjero, un poco sofisticado, especialmente raro, anómalo. Newell´s Old Boys.
Eso mismo que para los otros, cualquier otro, es condimento del guiso de la burla (¡cómo voy a ser de un cuadro que no se ni cómo pronunciar el nombre!), para el hincha es la manera más primaria y visceral de vivir con el lenguaje, de amar una palabra: a través de la apropiación.
Cada uno la dice como le gusta, como siente que es para uno. Y entre todos cantamos cada versión de lo que somos (forma social de desplegar el sentimiento íntimo), aprovechando los diferentes sonidos y métricas para las rimas y frases que los requieren. Sin entregar lo que somos, el nombre inicial, a la burda traducción acomodaticia, como los equipos que castellanizaron sus nombres para encajar mejor; simplemente volviendo más propio eso que es, de por sí, ajeno: el nombre que nombra lo que no se sabe: el amor.
¿Qué nombra el nombre de Ñubel?
En el segundo semestre del año 09 sucedieron algunas cosas que atrajeron el pensamiento público y profundizaron el pensamiento privado, al menos el mío, sobre la existencia en el mundo, la ontología, de Newell’s.
En primer lugar, el triste subcampeonato después de pelear un torneo corto hasta el final, habiendo batido el record de triunfos al hilo en la historia del club. Pongo en contexto: Ñuls llegó al partido final en el segundo puesto, y sólo uno de los múltiples resultados posibles le servía para ser campeón: que Banfield perdiera su partido y Newell’s ganara el propio. Muy difícil. Pero resultó que a los veinte minutos de ambos partidos la derrota de Banfield pasó de improbable a inexorable, por lo que Ñuls pasó a depender “de sí mismo” para ser campeón. Esa extraordinaria construcción periodística que pasa por alto el hecho de que para cada equipo hay un rival (si no, no sumaría puntos al ganar). Y perdió, jugando un partido espantoso, siendo claramente superado por el “otro mismo”. Y la hinchada despidió con aplauso cerrado y unánime al equipo, en una actitud por la que varios hinchas de otros equipos me consultaron desconcertados. Y sí, es que esos jugadores (que llevaban la camiseta de Newell’s) nos dieron la oportunidad de juntarnos a sufrir por algo verdaderamente importante.
No es ningún misterio que el amor se fortalece en la derrota. Por eso a los hombres nos suelen gustar el fútbol y las mujeres.
Después de esa tarde estuve pensando en lo que había pasado. Antes de dormirme, al despertarme. Elaboré hipótesis tácticas, estratégicas, anímicas. Pero nada. Eso tienen los resultados, cosa siempre del pasado que el presente intenta corregir con el pensamiento y nada, no pasa nada.
También leí todas las opiniones periodísticas, todas las declaraciones de los protagonistas que estuvieran publicadas. Los jugadores no se animan a decir mucho en estos casos. Pero hubo un reportaje a Sebastián Peratta, nuestro arquero, que verdaderamente me sorprendió, y hasta un poco me conmovió. Dijo algo así como: mi tristeza es enorme; esta institución va a ganar títulos en el futuro, pero yo ya soy grande y me queda poco de carrera, no se si va a haber otra oportunidad.
Escalofriante. Por un lado, cometió la audacia de comparar su tristeza con la del hincha, llegando a una conclusión inversa a la habitual. En general, el hincha descarga su bronca porque los jugadores “no sienten la camiseta”, total ellos cambian de club pero los hinchas van a seguir sufriendo sus males. Por otro lado, puso en juego la diferencia entre su finitud y la infinitud de esa “institución”, refiriéndose en realidad a la entidad conocida como El Hincha, más allá de lo que representen los hinchas individuales, cada uno con su finitud.
Pero estas son ideas mías, Peratta hizo referencia a la “institución”. Entonces voy a poner otro contexto. Este subcampeonato se dio en la primera temporada desde que fuera virtualmente derrocada la dirigencia más corrupta de la historia del club. Durante catorce años la institución Newell´s fue vaciada y entregada por un presidente que eludió las elecciones, persiguió opositores y utilizó la mano de obra de la barra brava, que cobraba adquiriendo pases de jugadores de inferiores y lucrando con los pocos espacios redituables que quedaban en el club. Cuando finalmente la oposición logró que hubiera elecciones, ganó con más del setenta por ciento de los votos. Esa madrugada los muchachos de López saquearon lo que quedaba por saquear, en el sentido de que se llevaron hasta los escritorios y los aires acondicionados. Un dato no accesorio ni de puro ejemplo: cuando llegaron los sucesores encontraron el busto de Isaac Newell tirado en un depósito.
Quiero decir: ¿qué queda de una institución cuando es arrasada, violada y abandonada a la mala de D’s? El nombre.
El Hincha, al que me parece que se refería Peratta, es el Ejército del nombre. Cada hincha es el soldado que da la vida por ese nombre. Mucho más allá de los enfrentamientos entre barras, muchos hinchas van a terminar su carrera como hinchas, con la muerte, sin volver a ver a Ñuls campeón. Pero todo lo que hayan dicho, alentado, pensado, sufrido, va a engrosar, a darle entidad, a eso que se dice cuando se dice Newell’s.
Todo esto, que ahora que lo leo me suena a obviedad, es común a cualquier hincha de fútbol. Pero pensando esta obviedad me arrastré a otra más sorprendente, que me sorprendió por no haberla pensado nunca antes, y remite a la anécdota del busto del Isaac Newell tirado en un depósito.
Ñubels es el único equipo del fútbol argentino (al menos, no tengo idea si habrá alguno en el resto del mundo) que lleva en su nombre el nombre de su fundador. Los “viejos muchachos” son de Ñuls, son de él, como hijos. Nunca nietos, generaciones y generaciones de hijos cuidando, peleando por el nombre.
Suele decirse que el fútbol es cuestión de padres e hijos. Escuché muchas veces eso de que uno va a la cancha con su padre, en algún momento de la vida deja de ir, y vuelve con su hijo.
Es por esta particularidad simbólica de su nombre que, arriesgo, El Hincha de Newell’s es especialmente capaz de tener un líder.
En el mismo semestre del subcampeonato, la nueva dirigencia, la que sacó a Newell del depósito, propuso bautizar el estadio con el nombre de Marcelo Bielsa. Por supuesto, casi todos los socios e hinchas consultados dieron el sí. Las imágenes de la fiesta de bautismo se pueden ver en internet, no voy a abundar en descripciones. Es la fiesta de El Hincha develando a su nuevo padre, al nuevo líder encargado de defender el nombre. En el mes previo, cuando esta decisión todavía estaba en discusión, me acuerdo de haber leído en el diario La Capital la opinión de dos señoras de apellido Newell. Las descendientes directas del fundador. A alguien, muy pertinentemente, le pareció que había que consultarlas. Ellas estuvieron de acuerdo.
Ahora el de Ñubels es uno de los dos estadios en el mundo (el otro es el Diego Armando Maradona) que llevan el nombre de una persona viva.
Más allá del éxito deportivo y la ligazón sentimental de Bielsa en, y con, Ñuls, hay una imagen mítica, de una carga de transmisión irrepetible. Después de ganar su primer título como técnico, Bielsa quedó montado sobre los hombros de alguien, de frente a la hinchada, mostrando la camiseta rojinegra y gritando: “Ñubel, carajo”. Esa especie de jaiku futbolero condensa casi todo lo que intenté decir acá. Pero antes. Porque en ese instante único, irrepetible, un hombre, un tipo, un cuerpo, quedó electrizado y flameando entre la verdad de un nombre y el peso de una bandera. Y se entregó. Dejó de ser un tipo, y ahora es Bielsa, aquello que nombramos para saber más qué decimos cuando decimos Ñubel.
Esa imagen enseña, transmite cómo vivir un amor. Como lo hace un padre cuando cuenta cómo conoció a tu madre. Y de cómo entonces se deshizo, con amor, del suyo propio.
Creo que desde entonces no somos hinchas-de-Newell´s, sino Hinchas-Newell’s. Hijos, viejos muchachos de Don Newell, y padres de hinchas, de otros futuros viejos muchachos.
Es que nacimos hijos nuestros.
Hijos nuestros moriremos.

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